Un monje caminaba a través de la selva y súbitamente, ante él, apareció un feroz tigre que rugía y le cerraba el paso. Corrió todo lo que pudo, pero llegó al borde de un acantilado. Mientras decidía qué iba a hacer, el monje volvió la mirada a la ladera que tenía a su lado.
Sus ojos se fijaron en una pequeña planta que había conseguido arraigar en una grieta. A su espalda, la pendiente se convertía en un abismo inmenso. Desesperado por salvarse, bajó por la planta y quedó colgando sobre el fatal precipicio.
Mientras estaba allí colgado, dos ratones aparecieron por un agujero del acantilado y empezaron a roer el tallo. De pronto, el monje vio que de la planta colgaba una perfecta fresa salvaje, roja y madura, que resplandecía con el rocío. El monje extendió la mano, arrancó la diminuta fruta, la saboreó con la lengua y cerró los ojos extasiado.
¡Era la más deliciosa que había probado en su vida!
Maestro: Saborea cada momento. Trata de encontrar un toque de felicidad en los acontecimientos cotidianos y trata de prestar atención a las fresas salvajes, sin importar la forma en que se presenten.
jueves, 3 de abril de 2014
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